Como muchos días, ayer al final del día, después de bregar en mil cosas y deseando tranquilidad y desconexión, salí a dar un ligero paseo y sentarme en un bar para descansar tomando un refresco.
Pero ayer fue día de fútbol, aunque me parece que como casi cada día.
Pero ayer fue un día diferente: el bar que voy con cierta frecuencia, dispone de una sala contigua a la estancia central de dicho bar, siempre he entrado en esa sala y en esta ocasión me dice el dueño: ‘siéntese fuera que hoy hay fútbol y estamos preparándolo’.
Mi primera impresión era abandonar el local, pero me cogió por sorpresa, ya que en otras ocasiones habiendo también retransmisión de ese evento, nunca hasta ahora me había dicho nada; me senté en una mesa cerca de la barra, que por cierto encima mio también había un televisor encendido.
A los diez minutos comenzó la retransmisión, la sala contigua empezó a recibir gente, aunque no se lleno ni mucho menos, y al lado de la barra, muy cerca de donde estaba, había un padre (supongo), con su hijo aún bebé que estaba en un carro de esos que se usan para su transporte, tomando de pie una cerveza, comentando la jugada con otra persona al lado suyo. El niño no paraba de berrear, aunque era tal el ruido de fondo que esos lloros casi eran imperceptibles, por supuesto con enorme algarabía en la sala contigua, a pesar de la poca gente que había.
No se que tipo de sufrimiento debe de pasar toda esa gente, que necesita como catalizador de su supervivencia los gritos, la rabia, la alegría que les produce ver 22 personas tras un balón intentando, unos meterlo en un cuadrilátero ridículo y otros impendiendo que lo hagan.
Estoy seguro que esas 22 personas se ríen del resto pensando en lo que cobran por tal boberia.
No es baladí reflexionar en todo esto, tal vez sea por que la gente necesita como expansión esos circos para desahogarse y así calmar la violencia; o es tal la incultura e insensatez que nos embarga, que la humanidad está dejando de diferenciarse de los demás seres por eso que llaman ‘inteligencia’.
Dejo aparte la reflexión sobre el comportamiento del dueño del bar, a sabiendas que no acostumbro a estar mas de media hora, y aún con la sala vacía y a diez minutos de comenzar el espectáculo, me impide la entrada al recinto que como Sanctasanctórum está destinando al evento.
Ya es la segunda vez que me pasa por este mismo hecho, el anterior bar no lo he vuelto a pisar, a este le va a pasar lo mismo, si para el comerciante son preferibles los gritones como clientes, por mi que se quede con ellos.