Levanto el auricular sin saber quien está al otro lado, poco a poco comprendo su angustia: vejez, soledad…
Es una persona de unos setenta años, los años cuarenta y cincuenta fueron muy duros, en las casas no tenían lavadoras, los que podían un poco mas, alquilaban una que era transportada en hombros y subida por las escaleras, se alquilaban para un día, y se aprovechaba al máximo, iba a comprar carbón para la cocina y el brasero, en verano barras de hielo que servían para tener frescos algunos alimentos.
Me dice que la posguerra fue muy dura, se pasaba hambre y los sacrificios que hacia para dar pan a sus hijos.
Ahora esta sola, tiene hijos, nietos, pero esta sola, no le vienen a ver, por lo menos todo lo que ella desearía. Todo le duele y de todo tiene: que si el corazón, que si la tensión, la artrosis…
Dice que esta viviendo una segunda posguerra.
Somos afortunados si durante la mayor parte de nuestra existencia la pasamos dedicada a la familia, trabajo, y quehacer diario, no vemos esas otras vidas que resisten a la vida, y son muchas, muchísimas.
Enfermedades, disfunciones psíquicas, reveses sociales. Son algunos de los problemas de nuestra sociedad, aunque el que mas indignación me produce es el de la soledad.
Los padres son abandonados por los hijos, no sabemos vivir con ellos: son mayores, tienen sus cosas, agobian; por otro lado el trabajo, las ganas de disfrutar del ocio…
La sociedad no ha sabido dar una solución a esta situación, nuestros políticos se pelean para apoltronarse en su silla y asegurar sus sueldos y pensiones futuras.
Una sociedad que no respeta a sus mayores y no busca por todos los medios compensar al final de la vida una vejez digna, es una sociedad sin valores abocada al fracaso y a la ruina.
Otra llamada entra, otra nueva lección de vida me espera…