Las ilusiones perdidas cuenta la historia de un joven de provincias con ambiciones artísticas que sueña con triunfar en París.
Esta obra, verdadera cumbre de la Comedia Humana, fue publicada originalmente en tres tomos, aparecidos entre 1837 y 1843, bajos los títulos de «los dos poetas», «un gran hombre de provincias en París» y «los sufrimientos del inventor».
El primer capitulo empieza con la descripción de Sechard padre, dueño de una imprenta, y de cómo mandó a su hijo a Paris con la intención de prepararlo para ser un gran impresor. La idea el padre, no obstante, no es dar un gran futuro a su hijo sino poder venderle más cara la imprenta, pues lo que quiere es tener un cliente para el traspaso que le permita a él retirarse enriquecido al campo mientras es otro, su hijo en este caso, quien lidia con los sinsabores de una industria medio arruinada por la que le obligará a pagar mucho más de lo que vale.
Toda esta vileza se mezcla con las intrigas empresariales, donde se pone de manifiesto los pocos escrúpulos que tiene la competencia para buscar el descrédito y la ruina del impresor.
El segundo capitulo nos traslada a París, con un personaje que desea triunfar cueste lo que cueste, odios personales y favores envenenados son la tarjeta de identidad de la sociedad burguesa parisina.
“Florecía en aquel entonces un tipo de jóvenes ricos o pobres, todos ociosos, llamados vividores, y que, en efecto, vivían con increíble despreocupación, dedicados sobre todo a comer, y mas aún a beber. Eran todos grandes manirrotos, se divertían en gastar bromas muy pesadas y vivían no loca, sino desenfrenadamente, sin retroceder ante nada y alardeando de sus fechorías……..”
(trascripción literal de un párrafo del libro, escrito en 1835)
El tercer capitulo se recrea en describir la aberrante situación que se da cuando un ciudadano debe una suma de dinero a un banquero, esta se ve cuadruplicada entre intereses de demora, protesto, comisiones, corretaje, abogados, procuradores, jueces; de forma que de deber 3000 francos, pasa a deber 15000, poniendo en tela de juicio la voracidad del sistema administrativo y la usura desenfrenada sobre el que, además de deber por no poder pagar, se le quiere empobrecer y destruir sin ninguna compasión.
“A partir de ahora los ojos de los hombres se volverán a mirar los rostros, no de aquellos que han gobernado, sino de aquellos que han pensado». – Víctor Hugo.