 Empieza la cosa como debe: con una  de las escenas más violentas que haya visto nunca en el cine. Violencia  nada gratuita, ni superficial, ni frívola. Violencia auténtica,  silenciosa, áspera, desesperada. Uno sabe ya dónde se ha metido. Esa  escena va estar en la cabeza del espectador durante las siguientes dos  horas.
 Empieza la cosa como debe: con una  de las escenas más violentas que haya visto nunca en el cine. Violencia  nada gratuita, ni superficial, ni frívola. Violencia auténtica,  silenciosa, áspera, desesperada. Uno sabe ya dónde se ha metido. Esa  escena va estar en la cabeza del espectador durante las siguientes dos  horas.
Dos horas enormes. Porque en Celda 211 funciona todo. La trama, los personajes, los actores, la dirección, la imagen. Esta película merece hasta el último céntimo del precio de la entrada. No tiene un minuto malo (salvo la segunda secuencia de la película, la más floja), pero eso no quiere decir que tenga un minuto de paz. Daniel Monzón nos agarra para no soltarnos.
Pongamos las cosas en su sitio. Luis Tosar es el centro. Está inmenso. Da una lección magistral de interpretación, metido en “Malamadre”, el más duro y peligroso cabrón de una cárcel donde los cabrones duros y peligrosos no escasean. Un asesino despiadado, líder inteligente y carismático. Desde el Tony Soprano de James Gandolfini (pese a las grandes diferencias que existen entre ellos), nadie me había transmitido esa sensación de no saber qué va a hacer en el segundo siguiente: si abrazarte como a un hermano o arrancarte de cuajo la cabeza. “Malamadre” es un personaje que bien podría convertirse en un icono.
